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Sección Tangent Adventures

"Los Mariachis aparecen necesitan un libro de las manos de una bruja."

TRAMA[]

— Yo la quiero. Sí, sí, la amo.

Un cuchillo se clavaba en la madera de una cómoda de los 50, e inmediatamente era extraído, junto a trozos de madera que caían alrededor del hueco, no poco profundo, que había causado.

— Es una bruja. ¡Una bruja! ¿Cómo he podido estar tan ciego?

El cuchillo, de nuevo, era usado para apuñalar, pero esta vez la puerta de aquella casa de alquiler del centro de Nueva York.

— Ciego, ciego, ciego e idiota. Es lo que soy. Un idiota. Mi hija…

El monólogo de aquel señor se detenía por unos minutos con la última mutilación que iba a cometer aquel cuchillo en la madera, al ser clavado en el armario.

— Mi hija…no puedo permitir que se influya por su madre. No…no permitiré que se la lleve por el camino del pecado, de la impureza, del delirio…

Aquel señor arrancaba el cuchillo y, sin soltarlo, abría la puerta de aquel dormitorio doble de un golpe y salía al pasillo.

— ¡Esmeralda!


— Klokeda, partha, mennin klatch, Ablark, araan, aroon. —cantaba una madre mientras mecía a su bebé arriba y abajo por toda su habitación.

La madre se quedaba mirando una muñeca de porcelana mientras termina las últimas estrofas de su nana.

— Klokeeda shunna teerenatch, Aroon, araan, aroon, araan…[1] —cantaba a su hija en brazos, de apenas un año, que le agarraba el dedo meñique. Al ver que ésta, finalmente, cerraba los ojos la recostaba en su cuna.

En cuanto la bebé estuvo dormida no pudo evitar un suspiro. Había escuchado a su marido, Dan, dando golpes en el dormitorio. Sabía que no debía habérselo dicho, pero todos esos golpes…todos los golpes que había soportado hasta aquel día…No iba a permitir que su hija también fuese a soportarlos, y si una amenaza como aquella permitía poner a salvo a la siguiente protectora.

—¡Esmeralda! —escucha por el pasillo la madre.

— Dulce Eimi, no te despiertes —susurra.

Esmeralda va a abrir la puerta para salir al pasillo y enfrentarse al padre de la criatura, cuando cae en la cuenta de algo:

— ¿Cuándo te hemos comprado esa muñeca? —se pregunta a si misma antes de salir al pasillo a enfrentarse a su mayor demonio. En su mente se construía la imagen de Dan, un padre bueno, aunque un esposo terrible.

Esmeralda abre la puerta, y sale al pasillo. Aquel pasillo denotaba el espíritu de aquella familia. Los años 60 se habían quedado en aquel hogar de los 80. Un aire bohemio de velas encendidas, atrapasueños en las paredes y pañuelos colgados que decoraban las paredes ocres del lugar.

— Vas a despertar a la niña

— Betsa…

— Apestas a alcohol, Dan. Deberías darte una ducha.

— Tú apestas a bruja…


La cara de la mujer fue una mezcla de insatisfacción y ridiculez, ante un insulto que hacía años que había superado.

— Venga Dan. Te preparo el baño —dijo pasando por el lado del hombre, evitando su mirada, pero aquel hombre la agarró por el brazo, como si fuese lo último que haría, y agarró el cuchillo en su garganta.

— No mereces tocar a nuestra hija. Ella es pura…

— ¿Y quién va a cuidarla, Dan? ¿Tú? ¿Un asesino? — Esmeralda daba un empujón a Dan, que caía de culo en un aseo cercano al dormitorio de la niña.

Esmeralda agarraba la puerta mientras rompía a llorar del miedo.


La habitación le daba vueltas. Aquellas copas de Wisky le habían caído mal…bueno, quizás la cuarta, la tercera fue maravillosa.

Se apoyó en el lavabo y se intentó erguir, tirando algo del poyo…

— ¿Qué haces tú aquí, pequeña…bruja? —decía agarrando una muñeca de porcelana del suelo, algo acuartelada, y colocándola en el lavabo de nuevo.— ¡Betsy! —gritaba, agarrando el cuchillo que clavaba en la puerta, atravesándola y pasando junto a la frente de la mujer.— Liberaré a nuestra hija de tu pecado. ¡Perra!


Esmeralda corre a la entrada de la casa a agarrar las llaves del coche, inmediatamente escucha la puerta abrirse y un golpe seco en el suelo. Abre el cajón y saca las llaves, sin embargo algo tira de su brazo y ésta cae al suelo, soltando las llaves. Cuando se gira a ver qué ha sido eso descubre a aquella muñeca de porcelana, vestida con un traje blanco de líneas azules, cabello dorado y un maquillaje que hacía años que se había borrado.

Esmeralda no pudo resistir el grito al ver a aquella criatura girar su cabeza, como si estuviese poseída. Inmediatamente la porcelana de su mano pareció romperse, y de su interior, con un sonido extraño, como el que hace los mecanismos de un reloj, surge una punta curva, como una guadaña diminuta que aquel monstruo parecía manipular con una perfecta movilidad gracias a que sustituye aquella mano sólida por un ágil mecanismo para su manejo. Contrastando su mano derecha con el movimiento oscilante y rígido de sus piernas y torso.

Esmeralda cierra sus manos, cierra sus ojos y comienza a rezar una oración. No era mentira, por su sangre corría la sangre de un aquelarre protector. En un minuto, una densa oscuridad invade todo el lugar, dejando solo la luz que Esmeralda emanaba y, tras ella aparecen 10 mujeres llenas de energía. Sin embargo la concentración de la mujer se rompe cuando un ruido la distrae. En el pasillo entre el cuerpo de Dan y aquella criatura infernal, aparecían, extremadamente apretados, tres figuras vestidas de rancheros negros, aunque cada uno con sus detalles de color: rojo, blanco y verde.

Aquel con con detalles blancos y pequeñas estrellas en su “sombrero”, al ver a Esmeralda en el suelo, corre a auxiliarla, sin embargo la muñeca hace girar su cabeza 180 grados y, tras un breve zumbido, el pasillo queda a oscuras, únicamente iluminado por las velas del pasillo tras la explosión de la bombilla que iluminaba focalmente la entrada de la casa.

— Señora…


Esmeralda se levantó. La muñeca ya no estaba allí, así que, con un empujón, apartó al extraño joven y se lanzó a la habitación de su hija.

En la habitación, la mujer agarra a la niña que rompe a llorar al ser despertada por su madre, y sale corriendo. En la puerta se encuentra a uno de los extraños. Resulta ser una mujer, a la que esquiva con una breve finta, que la hace saltar sobre su marido y continuar corriendo, criatura en brazos, hacia el salón.

— ¡Señora, no huya! ¡Hemos venido a por un libro! —grita Verde.

— ¿Es que no funcionan los traductores? —respondía el hombre con detalles blancos mientras se adelanta al resto de grupos y veía como estaba el señor del suelo.


Los visitantes gritaban desde el pasillo, pero Esmeralda se giraba en el salón para ver a aquellos seres, pero el tiempo fue muy limitado, cuando de pronto un nuevo tirón, esta vez de su larga cabellera negra, la hacía caer al suelo de espaldas, tirando una de las velas de la mesa y prendiendo el mantel que la cubría, mientras la mujer queda inconsciente.

— ¡Tiene un bebé! —grita la mujer que acababa de aparecer, mientras corría a auxiliar a la madre.

— ¡No! —gritaba a la mujer su compañero, quien la detenía.— El libro.

— Si quieres el libro, cógelo tú mismo —respondía dándole un empujón al jóven y saliendo a auxiliar a la dama.


De pronto, el torso de la mujer comenzó a brillar con un tono verde, este brillo cedió algunos segundos más tarde, cuando dos láseres atravesaron completamente a la mujer. Para entonces el humo había comenzado a llenar la sala y nadie pudo ver de dónde surgía aquel par de láseres.

La mujer cayó al suelo con la mirada en el infinito, mientras su compañero intentaba agarrarla. Rojo caía junto a su compañera, a la que apoyaba en una pared, mientras salía corriendo hacia el salón. Detrás quedaba Blanco, quien acudía a ver cómo estaba su compañera.


Dan abre los ojos, ¿dónde está Esmeralda?, ¿quién era aquel tipo que estaba a escasos 10 centímetros?, ¿qué había pasado? El dolor en su nuca le resolvió una de las dudas: Lo habían noqueado.

Aquel hombre agarró una vihuela que comienza a tocar, iluminando el pasillo. Inmediatamente Dan se levanta, cuchillo en mano, y apuñala a aquel ser mágico en el pecho.

— ¡Criaturas! ¡Morid! ¡Morid todos! —gritaba con lágrimas y la mirada en el infinito.


Blanco, apenas pudo dar un paso más, cayendo sobre el cadáver de Verde.


Rojo corría entre el humo, ignorando la inconsciencia que suponía lo que estaba haciendo. Ciego caminaba por el salón, intentando acercarse a alguna estantería. Sin embargo cae al suelo cuando un hombre lo derriba, mientras le intenta clavar el cuchillo en la cara. Sin embargo algo detiene al hombre, que deja caer el cuchillo al lado de la cabeza del invasor:

— ¿No la oyes?

— Señor, No oigo nada…

—Mi hija…ya no llora.

Unos pequeños crujidos fueron suficientes para hacer que ambos hombres dejaran de lado su pelea y girasen sus caras hacia una pequeña figura infantil que se movía hacia ellos, arrastrando unas sábanas que contenían algo.

Los hombres se pusieron de pie, sin quitarle el ojo a aquella criatura, mientras Rojo agarra su guitarra que apuntaba hacia la figura. Sin embargo, la actitud del joven se ve detenida cuando aquel ser lanza aquella sábana con el contenido hacia el caballero.

Como si hubiese sido a cámara lenta, Rojo pudo ver el cadáver de aquella criatura, volando hacia la cabeza de su padre y, al chocar con ella, explotar, como si hubiese estado rellena de explosivo.

Rojo salió volando hacia la otra punta de la habitación. Pero también explotó la estantería frente a las que estaban, y ahora vería recompensada la pérdida de sus dos…padres…hermanos…familia, un pensamiento en el que no podía detenerse. No era difícil saber cuál era el libro que buscaba: Aquel que no se había hecho añicos con la explosión. Rojo se arrastró por la habitación unos metros hasta agarrar el libro, pero en el momento de ponerse de pie, notó la fría hoja de una cuchilla que le cortaba los tendones de los tobillos. Rojo se giraba como podía, pero aquella figura maquiavélica saltaba sobre su pecho y, ahora usando la navaja curvada que había surgido de su mano rota, como la el cuchillo del padre, atravesaba la carne del jóven, hincando ambas armas blancas en sendos hombros del joven, quien quedaba atrapado en el suelo sin poder moverse y con un dolor incesante, que lo hizo marearse y comenzar a devolver. Sin embargo aquel ser pareció desprenderse de su cuerpo, el cual comenzaba a descuartizarse, mientras obligaba al jóven a abrir la boca y, con sus manos, partía la mandíbula del jóven, entrando en su cuerpo hasta sus entrañas. El jóven tan solo pudo gritar durante unos segundos mientras escupía trozos de porcelana. El dolor no duró mucho, cuando de repente se hizo el silencio y solo el cricar del fuego se oía en la sala.

Unas horas más tarde los bomberos avanzaban en el apagado del fuego, revelando los cuerpos de los fallecidos que se habían consumido parcialmente. Un crujir rompe el silencio cuando la cabeza de Rojo se gira, mostrando sus ojos blanquecinos. Unos segundos más tarde un ser mecánico surge de su estómago, agarra el libro que no se distanciaba demasiado, lo abría y volvía al interior de los restos del cuerpo.

OTROS[]

Notas[]

Anotaciones[]

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